La Farándula de 1905 es, probablemente, la compañía no profesional de teatro en activo más antigua de España. Más allá del dato se encuentra una posible explicación al “trato analógico” que nos dispensan aún sus componentes. Se nota en sus formas, en sus gestos, en lo amable de sus palabras, en la seguridad con que bordan antes cada detalle de la escena sin que se note, como si fueran artesanos en la sombra que manejan con elegancia clásica todos los hilos.
Sin varas y con a penas cinco luces vivas de ocho posibles, colocadas en línea sobre las paredes laterales del teatro, obran el milagro de iluminar las tres dimensiones del escenario, haciendo incluso verosímil el negro de los ángulos muertos. Combinado con un vestuario a medida, bien planchado y mejor llevado por los cuatro personajes excelentemente caracterizados, el resultado adquiere la textura de un film americano de los años setenta.
Con dos hermanos que hace mucho tiempo que no se ven, una ex esposa/cuñada, un marchante; y un legado familiar que urge vender, la obra de Arthur Miller sirve en bandeja un conflicto que a pocos espectadores les resultará ajeno. Una estructura episódica sin expectativas ni progresión dramática que precisa un alto nivel interpretativo, a la altura de los diálogos de Miller, para mantener el interés. En teatro, este logro sólo es posible a través de una dirección e interpretación capaces de mantener el ritmo de principio a fin.
El dramaturgo americano escribía para intérpretes de oficio con la técnica necesaria para no llegar con la lengua fuera tras más de dos horas de obra. En el caso de nuestros compañeros de La Farándula de 1905, su recompensa llegó en forma de un rabioso aplauso del público.
Agradecimientos: Centro Cultural Buenavista, Distrito de Salamanca, Ayuntamiento de Madrid, La Farándula de 1905.
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